
Un año ten estupendo como impensado.
Arrancó la temporada con el armado de un plantel sin grandes figuras. Quizá lo más destacado fue que pudo retener a Mondino, Giovini y la llegada de Matías Villarreal. El resto era una incógnita.
El comienzo de año le regaló una sonrisa, quedarse con el cuadrangular en Uruguay, pero esto se desvaneció en el corto plazo cuando quedó eliminado por Independiente en la Copa Argentina.
Allí se produjo el cambio de DT. La aparición de Luca Marcogiuseppe que en siete meses pasó de ser un signo de preguntas a meterse en la historia y corazón Pituco.
Con el paso de los partidos fue afianzando la idea futbolística que lentamente fue ligándose a la esencia Pituca, recuperando el mítico “toque, Lobo, toque”, asumiendo un protagonismo pocas veces visto en los últimos años.
Comenzó a sentirse ganador y como tal afrontaba cada partido, siempre pensando en el arco rival, en la presión para recuperar la pelota e intensidad de juego cuando la tenía en su poder.
Logró amalgamar absolutamente todo, físico, juego, inteligencia, elaboración, sacrificio, hambre y así fue obteniendo una suma de puntos que lo colocó definitivamente como uno de los mejores del torneo.
Aun cuando a mitad de año perdió a jugadores determinantes que parecía lo iban a golpear en todos los aspectos, Cortez y Ortegoza por ejemplo, nunca perdió la idea de juego, todo lo contrario, logró afianzarla.
Siempre dio la sensación de que algo iba a pasar, que uno podía ver cada partido sabiendo que la intención de ataque y protagonismo no iban a faltar.
Pasaba algo muy loco, no tuvo un goleador, de esos que ayudan a las grandes campañas, y aun así fue de los más goleadores del torneo y con una estructura defensiva que rozó la perfección.
Un juego que ilusionó a todo el pueblo Blanquinegro, que le hizo recuperar la alegría a su gente hasta colapsarla de ilusión. Al final no pudo ser, quedó en las puertas de la gloria. Y aunque generalmente se dice que de los segundos y terceros nadie se acuerda, este equipo y su forma de jugar quedará seguramente en la memoria de la mayoría.
Difícil es elegir las figuras, porque hubo un rendimiento de equipo muy regular por sobre las individualidades. Plantel reducido, corajudo y guapo, que se la creyó. Ahí está el gran valor de tremenda campaña,
Intentaré no cometer injusticia a la hora de marcar algunos nombres, porque insisto, cada uno en su momento entregó todo, sin guardarse nada.
Tomás Giménez, la gran revelación. Descomunal temporada. Clave y determinante, con el valor agregado de tener que reemplazar a uno que era fija bajo los tres palos, Sebastián Giovini.
Mondino-Meritello: menciono a ambos juntos porque fueron de las mejores duplas centrales del torneo, con una Tota que se convirtió en referente y líder.
Ulises Ortegoza: en pocos meses fue tan importante que es imposible no mencionarlo. Un jugador muy completo.
Santiago Solari: adn gimnasista, elegancia, distinción, buena pegada.
Matías Villarreal: el equilibrio justo, experiencia y liderazgo silencioso tanto adentro como afuera de la cancha. Importante en todos los aspectos.
Suena hasta injusto no mencionar el juego regular de la mayoría, por eso algunos más otros menos, en esa lista no pueden faltar Arce, Garrido, Bersano, Ciccolini, Juncos…
Párrafo aparte para Luca Marcogiuseppe, el padre de la criatura. Llegó y se mantuvo en silencio, con bajo perfil. Laburador, inteligente, estratégico. Supo sacarle lo mejor a cada uno de sus dirigidos, arreglárselas con un plantel con muy poco recambio y sin figuras impactantes. Puso a Gimnasia en lo más alto, entendió rápidamente de qué se trataba la historia Blanquinegra. Lo llevó a la práctica casi a la perfección. Dejó su sello. Se lo va a extrañar.
El Lobo volvió a ser el Lobo, tuvo un año soñado. Con un presupuesto bajo y en la soledad absoluta entre semana metió un año memorable. Imposible olvidar.
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